sábado, 19 de junio de 2010

XXXVII

Te doy mi pésame porque tú también
moriste ese día en que murió tu madre.
Un poco, un mucho has muerto.
Un día. Muchos días.
Muchos besos has muerto.
Te doy mi pésame porque estás vacío.
Vacío de ilusiones.
Vacío de palabras.
Te doy mi pésame porque, ante el lecho
donde ella yacía agonizante, dejaste de ser
niño y dijiste una palabras de hombre
buscando reconfortarte.
Te doy mi pésame porque, ante su ataúd,
regresaste a la infancia y pataleaste ante el destino.
Y gritaste, impotente, tus lágrimas de niño.
Te doy mi pésame con mi silencio.
Que es lo único que tengo entero para darte.
Un silencio que llega hasta el futuro.
Un silencio que está lleno de ayeres.
Un silencio tan hondo, que suena a pesadumbres.
A nostalgias.
Suena tanto el silencio, que trae, nítido,
el eco de tantas lejanías.
Te doy mi pésame porque, siendo ya viejo
como eres, recién comienzas a entender el
exacto significado de su ausencia.
Te doy mi pésame porque toda la felicidad
que te resta por gastar será sin ella.
Te doy mi pésame porque, en todos los
dolores que te restan por sufrir, ella no estará
para darte consuelo.
Te doy mi pésame porque no alcanzaste
a decirle todo lo que querías.
O te faltó valor para decirle.
O te sobró amor para decirle.
Te doy mi pésame porque sé que perdiste.
Y porque sé, también, que perdiendo
seguirás apostando.
Y porque ella no estará allí con su sonrisa
cuando ganes.
Y porque ella no estará alli con su caricia cuando
mueras todas las muertes que te faltan por morir.
Te doy mi pésame porque algo en ti está roto.
Algo que no se sabe qué.
Algo que no se sabe dónde.
Tal vez lo que se trizó fue la esperanza.
Tal vez lo que se rompió yazga allí donde
se depositan todos los veranos con los colores
de los arupos florecidos, todas las tardes con
sabor celeste, con olor a aguaceros.
Tardes envueltas en las nieblas de las remembranzas,
de las ausencias. Tardes dibujadas para siempre en el
profundo lienzo de sus hoyos.
Te doy el pésame porque nadie más que
yo sabe lo que tu sientes.
Te doy el pésame porque quizá así pueda
ayudarte a soportar mejor tu muerte que
dejo su muerte.
Y porque tú y yo, yo y tú, tendremos
que empezar un nuevo aprendizaje desde ahora.
huérfanos de su aliento y su mirada.

(El pájaro Francisco Febres Cordero)

No hay comentarios:

Publicar un comentario